El águila filipina
Si el irrevocable paso que da una especie de la rareza a la extinción
deja un agujero en el entramado de nuestro planeta, ¿cómo será de grande
el vacío que deje la desaparición del águila monera? Que nadie vea en
esto un menosprecio al caballito del diablo malaquita surafricano, o al
mejillón listado de bolsillo norteamericano, ya que todas las criaturas
(y también las plantas) contribuyen al funcionamiento de los engranajes
infinitamente complejos de la biosfera. Pero la pérdida de esta ave
magnífica robaría al mundo parte de su majestuosidad. Esta águila planea
por su único hábitat, los bosques lluviosos de Filipinas, con sus
potentes alas de dos metros de envergadura, orientándose con inesperada
precisión por el enmarañado dosel del bosque. Sin embargo, las mismas
adaptaciones evolutivas que hacen de esta águila un ave soberbia la
convierten también en una de las rapaces más amenazadas del planeta. En
el archipiélago de las islas Filipinas, su único hogar, no hay tigres,
leopardos, osos o lobos que compitan por las presas, por lo que el
águila monera se convirtió, por defecto, en la reina del bosque
lluvioso. Expandiéndose para ocupar un nicho ecológico vacío, creció
hasta alcanzar una longitud de un metro y un peso de hasta seis kilos.
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